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Voces del Majuy:  Primera antología de Cota

Por Sebastían Jiménez

Llego a nuestras manos la antología de relatos, poesías, crónicas y ficciones del municipio de Cota  que hace parte del programa Relata de la red de escrituras del Ministerio de Cultura. Libro de tamaño media carta, ciento veinte páginas cuyos textos aparecen en una fuente Times, buen espaciado interlineal, corrección de textos e impresión.

Para la producción de este libro se tuvieron en cuenta textos de escritores de Cota y de Chía. De estas ficciones hay personajes como el hombre del sombrero vueltiao, la negociante árabe  y la Octavia que nos gustaría conocer. Al primero para nunca comprarle arepas; a la segunda, para un curso intensivo de regateo y la  última, para  romper la monotonía de los pueblos chicos e infiernos grandes.

 

Una primera parte de la antología está dedicada a la poesía y el  entorno ambiental y principalmente  al cerro  Majuy con poemas de María Victoria Acevedo, Sebastían Gónima y la cuota de Chía a  manos de Maria Franco Botero. En  segundo lugar una sección denominada Ficción Histórica y Patrimonio con seis contribuciones,  entre escritores de Cota y de Chía;  de las cuales resaltamos El Principe de Bogotá, de Sebastían Gónima y Mercado Semanal, de Humberto Betancour.  La tercera y última, la componen  once cuentos de los cuales me deleitaron mucho, El extraño Incidente de la Arepa Asesina de Steven Grajales; Teatro de Anderson Alarcón y Duelo del mismo autor; sin desconocer los buenos atributos de los demás escritores.

 

Señalar que las reseñas y críticas que se hacen revelan que la obra está en crecimiento  que ya es digna de comentarios y que no pasa desapercibida. Habría que preguntar ¿Para qué se  publica? Entender que el circuito implica crítica y autocrítica y que es una de las fases más nutritivas e interesantes del proceso y què mejor si las observaciones vienen por escrito. No veo el por qué  se irritaron algunos en la Tinaja con la reseña sobre nuestra cuarta antología. Qué tal estos casos: Cumplo 18 años,  voy y voto, luego digo que era por probar ¿cuál es el ejercicio democrático? Compro un jeans con huecos en un almacén de marca y me lo pongo para lucirlo en el  mitin contra la especulación financiera. Etc., etc., etc.

Para finalizar y ante las confusiones suscitadas frente al uso del verbo aplicar he aquí la posición de la Academia Colombiana de la Lengua:

Apuntes sobre la cuarta antología Tinaja – Chía

Por Sebastían Jiménez

“Detrás de la Luna”, es la cuarta antología del Taller de Narrativa la Tinaja de Chía, correspondiente  al ejercicio literario del 2.016 y que  resume lo  mejor de sus talleristas. Aunque soy parte de dicho taller no dejo de estar sorprendido al ver que la cuarta aparición de la antología, tanto como sus anteriores, brillan por la ausencia de crítica, comentarios o reseñas y aún más, sus mismos integrantes parecen indiferentes aunque  expresan una especie de cariñito como si se tratara de un osito de peluche. Pasa lo mismo con el movimiento teatral, musical, plástico y con el arte en general. En esto no somos distintos del modelo nacional, la ausencia de autocrítica y crítica es lo que conlleva a la petrificación, a la elevación de idolatrías, a la creación de las “Grandes Sociedades del Elogio Mutuo” y que en el fondo no revela sino la precariedad en la formación y construcción del criterio y si nos extendemos, al carácter. ¿Cómo se puede escribir o crear si se carece de criterio? 
Hoy en día la parafernalia de la tecnologías de la comunicación nos inducen a una interactividad de frivolidades de “vacios comunes” hasta el extremo de dedicarnos a fotografiarnos el ombligo mediante “selfix” o a  pasar canales sin propósito o a alabar el nuevo ídolo:  el  celular y su “whatsup”. ¿Por qué no aprovechamos para leernos y decantar un breve ensayo o aproximación sobre los textos? Lo mínimo que se dice luego de la cena es  ¡me supo a gloria el postre!  ¡El plato principal estaba pesado y grasoso! La sopa estaba envenenada ¡¡Me muero!! Etc., etc., etc. ¡¿Sería mucho pedir antes de morir?!
Bueno a lo que vinimos, “al grano aunque escosa, dijo el merthiolate”.  La antología se divide en dos secciones. La primera, comprendida por catorce temas de ficción en formato de cuento cuya  temática gira en torno al municipio de Chía y de las que sobresalen – para mi gusto y en ese orden- “La virgen de los demonios” escrita por Hernán Pérez; “Bartolomé”, escrita por Juan Carlos Herrera y “Eclipse” de Mario Castro. Para los que conocemos algo la producción de Hernán Pérez no es nuevo destacar su narrativa poética y una clara intención en la creación de atmósferas donde el azufre y el maligno conspiran y transpiran desde los muros y rincones de hogares poseídos. Esta tendencia  ya la manifestaba Hernán en su anterior cuento, “La extraña casa de Miriam Milena”. “Bartolomé” de Juan Carlos Herrera es una narración trepidante como su personaje principal en medio de una situación límite  que se desenvuelve en la monotonía del quehacer cotidiano del pueblo, la resolución de esa tensión nos lleva a una reflexión sobre la vida y la muerte, la sumisión y la libertad, la condena y la rebelión. Eclipse de Mario Castro narra una historia donde la escasez, lo rudimentario y la ignorancia se confabulan contra la triste y dura situación de una abuela aquejada por la enfermedad y que de manera tragicómica termina asesinada.
La segunda parte de la antología es de un tono testimonial, si se quiere y se compone de tres textos de los cuales sobresale la crónica de Amparo Restrepo sobre el municipio de Chía, pero que a mi real entender se quedó a menos de la mitad del camino.


Observaciones de diagramación:
 

El tamaño del libro es algo más pequeño que la tercera antología y un poco más grande que la segunda. La caja tipográfica es más o menos similar a sus antecesoras. Lo que si llama la atención es la debilidad de la tinta o quizá el tamaño de la fuente o una combinación de ambas que hace que el contraste entre papel y texto sea vea desvanecido  perdiendo legibilidad. Aunque en las anteriores el contraste es alto uno se vería forzado a modificar, en estos caos,  el papel tipo sepia aunque perdería su toque "poético" por el color blanco. Nos encontramos entre la tensión atmósfera y legibilidad. Yo me inclino por la segunda.
La fuente o el tipo de letra para el cuerpo de los cuentos es siempre la más legible o sea la llamada  serifa o serif (como la Times) que se usa para textos extensos  como es el caso de los periódicos más importantes del mundo.  Las fuentes sans serif o sin serifa al estilo de la arial, helvetica son más adecuadas  para titulación y textos publicitarios y no para lecturas largas.
Como se lo  hice saber a Santiago, creo que se perdió la oportunidad para destacar el repunte  de los escritores de la Tinaja en los eventos de Estímulos de Cundinamarca y Chía.


Algunos errores  y elementos confusos:
 

Eclipse, página 18: 
línea 1: la x le
línea 19: desconfiado x desconfiada
El hombre del semáforo, página 21: 
línea 1: sobra en
línea 6: ¿Es Jimmy en inglés o Yimi o Llimi en español o sencillamente es Jim?
El tapiz, página 26: 
El bitmap podía pasar a la página 27 y el cuento perfectamente podía terminar en la página 30 y así evitar romper la inteligibilidad del cuento. En otras palabras, el cuento se fue a pique.
Página 27,  los guiones se trocaron por cuadritos.
La virgen de los demonios, página 40: 
Percudirla x despercudirla
Las relaciones x la relación
¿Cómo es el asma de un gallinazo?
Era un sueño, página 81:
Línea 5, sobra la
Y por último, felicitar a los escritores, al público lector y al Taller la Tinaja.

 

* * *

Accidente

Guillermo José Mejía Barona

Ganador modalidad

Asistentes Relata 2015

 

-El sobreviviente

Estaba sentado en el andén, con la ropa bañada en sangre.

Parte de ésta tal vez provenía de la herida que tenía en la frente.

El policía me alumbró la cara con una linterna y me preguntó:

—¿Cómo se llama?

—No recuerdo —respondí.

—¿Qué pasó?

—No recuerdo.

—¿Además de la herida en la frente, tiene alguna otra herida?

—No sé.

—¿De dónde viene toda esa sangre? —preguntó, indicando mi ropa. Un paramédico se acercó a examinarme.

—No sé.

—¿Cómo se llama el conductor? —preguntó, señalando el cuerpo sin vida de un muchacho como de mi edad y cuya cara se me hacía conocida.

—No recuerdo.

—¿Puedo ver su identificación?

De modo mecánico me llevé la mano al bolsillo trasero y saqué la billetera. Se la entregué.

 

 

La mamá

El teléfono sonó en la madrugada y, todavía dormida, contesté.

—Aló.

—Buenas noches —dijo una voz al otro lado de la línea—. Le habla el teniente Sánchez, de la Policía.

Al escuchar la palabra “policía”, me desperté del todo y, angustiada, pregunté:

—¿Qué le pasó a Marcos?

—Señora, ¿conoce al señor Marcos Marín y al señor Juan Sepúlveda?

—Sí, Marcos es mi hijo y Juan es su mejor amigo, ¿qué les pasó?

—Señora, lamento informarle que sufrieron un accidente...

En ese momento me desmayé. No recuerdo qué sucedió después.

 

 

La novia

Esa noche yo no quería salir. Marcos, mi novio, había invitado a su amigo Juan, el pesado de Juan, que no desaprovechaba oportunidad para tirarme los perros.

Fuimos a Cocktail, nuestro bar favorito. Yo pedí una margarita. Marcos no tomó bebidas alcohólicas porque estaba en un tratamiento médico. En cambio, Juan se emborrachó.

En un momento en que Marcos fue al baño, Juan se acercó y trató de besarme. Seguro Marcos vio algo porque, al regresar, me preguntó molesto:

—¿Por qué coqueteas con Juan?

—¿Yo? Él trató de besarme.

—No seas mentirosa, Martha. Juan es mi mejor amigo y nunca haría eso.

 

Molesta por la acusación, pero sobre todo por la ceguera de Marcos, le contesté:

—Pues no sé qué clase de amigo es, cuando no desaprovecha oportunidad para seducirme y hacerme toda clase de propuestas.

Marcos, enfurecido, salió a buscar a Juan y yo, molesta, me marché a casa en un taxi.

Todavía lamento haberlo dejado solo.

 

 

El mesero

El señor Marcos y el señor Juan son clientes habituales del bar. Anoche llegaron como a las once, junto con la señora Martha, la novia del señor Marcos.

El señor Juan se emborrachó como siempre. El señor Marcos no bebió alcohol, sólo agua mineral con limón.

—¿Y la muchacha? —me preguntó el policía.

—Creo que ella tomó tequila. Pero se fue temprano, antes de la una, después de discutir con el señor Marcos.

—¿A qué horas se fueron los señores?

—A las tres, cuando cerramos.

—¿Vio quién manejaba el auto?

—No, señor. Yo estaba adentro.

 

 

El portero

Ellos salieron cuando el club cerró. El señor Juan estaba muy borracho y el señor Marcos lo sostenía para que no se cayera.

Al llegar al carro discutieron. Parece que el señor Marcos quería manejar, pero el señor Juan insistía que era su carro y que sólo él lo manejaba.

—Al final, ¿quién manejó? —me preguntó el policía.

—No lo sé. Con tanta gente que salía me distraje y no vi cuando se fueron.

Los policías

—¿Qué pasó aquí? ¿Otro accidente por imprudencia?

—Sí, mi teniente. Parece que el carro venía a muy alta velocidad, perdió el control en la curva y chocó con el poste.

El teniente recorrió la escena del accidente y preguntó:

—¿Muertos?

—Uno. El otro sólo tiene una herida superficial en la frente.

—¿Dónde están?

—Parece que con el golpe ambos salieron disparados fuera del vehículo. El conductor está allí, muerto. Al otro lo encontramos sentado en el andén.

—¿Algún testigo?

—Ninguno.

—¿Y el sobreviviente qué dice?

—No recuerda nada, mi teniente.

—¿Iban borrachos?

—Es raro, mi teniente. El sobreviviente está borracho hasta los topes. No puede tenerse en pie. En cambio, los paramédicos dicen que el muerto no había consumido alcohol.

 

 

El muerto

Era mala noche para salir. Yo estaba bajo tratamiento médico y no podía consumir bebidas alcohólicas, y a Martha no le gustaba salir con Juan. Pero él insistió y no me pude negar a acompañar a mi mejor amigo.

Juan, como siempre, se emborrachó, y Martha terminó peleándose conmigo; se marchó enfadada. Yo me quedé. No podía dejar solo a Juan. Después me tocó aguantarme todo el resto de la noche su perorata sobre la amistad, la lealtad, lo afortunado que era de tener a Martha, lo que él haría por tener una novia así, bla, bla, bla… Yo no le prestaba mucha atención.

Al final, cuando cerraron el bar, nos fuimos al carro y Juan, a pesar de lo borracho, insistió en manejar. Yo pensé en tomar un taxi, pero me daba miedo dejarlo solo. Temía que se hiciera daño.

Juan tomó la avenida junto al río a muy alta velocidad; le supliqué que manejara más despacio, pero no me atendió.

En la curva perdió el control y chocamos. La puerta se abrió y salí disparado. Mi cabeza se golpeó fuertemente contra el andén. Era una herida mortal, por la cual manaba abundante sangre.

Cuando estaba agonizando, vi a Juan que se acercaba, se agachaba, me cargaba en sus brazos y me depositaba junto a la puerta del conductor.

Todavía me pregunto: “¿Por qué hizo eso?”. Estoy seguro de que era por mi bien, sin duda Juan es mi único y verdadero amigo.

 

 

El sobreviviente

Muy despacio, casi arrastrando los pies, camino detrás del féretro. Lloro. Luzco dolorido, destrozado, culpable por estar vivo. Todos se acercan a tranquilizarme. A mi lado, Martha, para consolarme, me abraza de forma amorosa.

* * *

Los graduados

Sandra Inés Gómez Galindo

Ganador modalidad

Asistentes Relata 2015

 

 

Porque eso sí es digno de compadecer todo el que no tenga diploma de bachiller.

Rafael Escalona, El bachiller.

 

0

Francisco se acerca por detrás:

—Hace rato que no la veía —dice, y toma la caja con las fichas de ajedrez—. ¿Jugamos? —me pregunta.

—Me pido las blancas —respondo, en mi sueño, y muevo P4R.

 

1

El primer diploma de bachiller, copia fiel del original, según hace constar el sello notarial, falso, fue el suyo. Estábamos a comienzos de enero de 1978 y en mi familia nadie había obtenido ese título antes.

Hizo todo el mismo día, despacio, matando el tiempo, mientras se acostumbraba a la idea de que por fin era bachiller. Si se convencía a sí mismo, sería más fácil convencer a los demás. El lunes siguiente se levantó temprano, revisó su hoja de vida Minerva 1103, le adjuntó la copia del diploma y salió, con paso firme, a presentar la entrevista.

—Entonces te acabas de graduar —dijo la mujer de Recursos Humanos, mientras revisaba el diploma.

—Sí, señora —contestó Francisco, y se le quebró la voz.

Se apretó los testículos con la mano izquierda. “Ninguno de los bachilleres que conozco es más inteligente que yo”, pensó. Él aprendía todo lo que le interesaba: la ficción sicológica, el ajedrez, las canciones de Nicola Di Bari, los juegos de razonamiento abstracto, el póker y cualquier otro asunto que pusiera en juego su agilidad mental. “El diploma está bien”, repitió mentalmente durante toda la entrevista. A fin de cuentas, aspirar a un puesto en una de las tiendas de Bots tampoco era la gran cosa.

2

Aunque lo intentó, ser estudiante formal no fue lo suyo. Al comienzo le gustaba, pero su cabeza hiperactiva se aburría pronto. En la escuela, entregaba las tareas de primero, pedía permiso para ir al baño y no regresaba. Trepado en un árbol mataba las horas haciendo tiro al blanco con su cauchera de municiones de chicle.

Mal tiempo para estudiar.

A los doce años era el hombre de la casa. Mi papá se aparecía de vez en cuando, borracho, a regañar. Cuando él llegaba, Francisco se iba para los humedales a cazar ranas. Tonny se iba con él. Tonny era su perro: “Mitad gozque, mitad pastor alemán, como yo”, decía, y lo abrazaba como a su mejor amigo. Los otros eran los vagos del barrio con los que organizaban rallys de carritos de balineras. A todos los habían expulsado del colegio.

Mal tiempo para estudiar.

Muy tarde, ya de noche, Tonny y él regresaban, sin afán. Mi hermano atravesaba las calles del barrio hacia la casa, y yo lo sentía antes de que llegara. Lo escuchaba silbando una canción que sólo yo reconocía… Me gusta la calle / el aire cansado… / yo voy caminando pateando la lata jugando, jugando.

3

Le fue bien en la entrevista. Tal vez porque era bachiller, o porque se expresaba con fluidez, o simplemente porque era endemoniadamente encantador, y lo sabía. De esto último le daba algo de crédito a un librito que había leído por ahí: Cómo ganar amigos e influir sobre las demás personas. Psicología social, barata, fácil… Decía que la usaba a la inversa. Vaya uno a saber qué significaba eso. Esa misma semana entró a trabajar a Bots como administrador de la sucursal de Chapinero.

4

—Antes de llevarlo a la marquetería, sáquele varias fotocopias y mándelas a autenticar en la Notaría —dijo mi mamá, mientras nos servía el almuerzo.

Eso fue el día que me entregaron, por ventanilla, el diploma de Bachiller académico del Colegio Departamental de Fontibón. Ahora, casi nueve meses después de él, también yo era bachiller. El diploma permaneció exhibido en la mesa del comedor durante todo el almuerzo.

—No sé si enmarcarlo o meterlo debajo del colchón — dije, para restarle importancia al momento. No quería que Francisco se sintiera mal.

—Tan chistosa —dijo él, y me regañó con la mirada—. Yo la acompaño —añadió. Algo tramaba. Lo supe, no sé si porque éramos gemelos monocigóticos, pero siempre sabía en qué estaba pensando Francisco, incluso antes de que él lo pensara.

Con mi diploma perfeccionó la técnica. Ahora no hacía copias, sino originales: papel pergamino con estampados del escudo de la República de Colombia, letra gótica, sello de madera con base de caucho, firmas del Rector y el Secretario del colegio, número del folio, libro de registro y, al final, la firma del Secretario de Educación refrendada con un sello seco.

En la parte de atrás ponía cinco estampillas que sumaban 493 pesos oro. Los diplomas le quedaban más bonitos que el mío.

—Ahora sí vamos a conquistar el mundo —dijo, y sonrió con esa sonrisa de príncipe que le había aprendido a Dale Carnegie.

5

Francisco, al frente de la tienda, sentado en un tronco, mira llover. En Bogotá siempre llueve. No hay clientes y la única vendedora está en la bodega, acomodando mercancía. Al otro lado de la calle, una muchacha vestida de blanco intenta evadir los charcos y los carros. Lleva una sombrilla que el viento voltea, junto con su falda. Hoy llueve en horizontal. “Tiene piernas bonitas”, piensa Francisco, prende un Marlboro y alista su sonrisa. Ella al fin logra cruzar y entra, corriendo, al establo en donde está Francisco.

—Buena tarde —dice.

—Si te gusta mojarte, sí, buena tarde —dice Francisco.

—Qué bonita decoración —dice ella, y mira al interior de la tienda.

—Sólo falta el caballo —dice Francisco, y se acomoda un invisible sombrero tejano.

—Lástima que sólo vengo a escampar…

Francisco la invita a entrar, le muestra la tienda y le brinda un tinto. Ella se llama Rocío, es de Ibagué y lleva poco tiempo en Bogotá. Está buscando trabajo, sin mucha fortuna, ya que no tiene título de bachiller. Francisco sonríe y se le iluminan los ojos.

6

Ese mismo fin de semana, Rocío se graduó de la Normal Nacional de Señoritas. También entró a trabajar en Bots. Para esas fechas, muchos de los amigos de Francisco, los mismos vagos con los que había crecido en el barrio, los de las balineras, ya eran bachilleres: del Nazareno, del Militar, del Agustiniano, de Los Andes…, y la mayoría tenía el título, enmarcado, en la sala de la casa.

A diferencia de sus otros clientes, a ella le hizo prometer que se inscribiría en un instituto, a validar, como recientemente lo había hecho él.

7

—Juegan o qué.

El tono desafiante de Francisco molesta a los que están en el diamante. No son del barrio y fuman bareta, pero eso a Francisco no le importa.

Él lleva un ajedrez en una mano y en la otra una pelota de béisbol. El diamante, improvisado en uno de los potreros en donde hoy queda la planta eléctrica, está hecho un lodazal. Ha llovido durante toda la noche. En Bogotá siempre llueve.

—Sisas —contesta el más joven, uno que tiene ojos rojos de diablo.

Los buenos y los malos. Los buenos contra los malos. Los buenos son Francisco y sus amigos: Mortadela, Bagre, Ganzúa…

Juegan varios partidos de béisbol y después van a la tienda de doña Trina a jugar ajedrez, a jugar ocho loco y a apostar. Los malos huelen a metal afilado, a cadenas enrolladas en sus antebrazos, a gavilla, a perro triste, a sangre y miedo. De allá vienen.

Esa noche Francisco llegó a la casa, pero no lo escuché silbar nada.

8

Nunca se negó. Nunca cobró. Pero recibía regalos imposibles: unos chacos como los de Bruce Lee; un ajedrez cuyas fichas estaban hechas de tuercas, tornillos y mariposas de acero galvanizado; una pera de boxeo restaurada con parches para despinchar neumáticos de bicicleta; una cota de cruzado hecha de chapas de latas de cerveza. También, alguna de las recién graduadas, lo invitó a salir con todo pago.

Su fama salió del barrio y los malos también quisieron ser bachilleres. La mayoría, gastados y rotos, ni siquiera sabían leer. Francisco no quiso:

—Una cosa es una cosa, y otra, otra… —dijo.

9

Hace varios años que no vivo en el barrio.

Mi mamá se murió, vendimos la casa y de Francisco ya nadie se acuerda. Debajo de la planta eléctrica quedó el diamante y en su entraña la sangre de Francisco. “Ahora sí vamos a conquistar el mundo”, dice, en mi cabeza, como si supiera que hoy se me dio por venir.

A él lo apuñalaron los malos, porque no los quiso graduar. La calle. Y sí, el primer diploma de bachiller, copia fiel del original, según hace constar el sello notarial, falso, fue el suyo. Estábamos a comienzos de enero de 1978.

10

—DxP —juega Francisco, antes de desvanecerse. Con su voz de antes, dice—: ¡jaque mate! —Y sonríe.

*      *      *

Ancla 1
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