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"Los divinos" novela de Laura Restrepo

Frivolidad y horror se entrecruzan en esta novela de Laura Restrepo como dos caras de una misma moneda. El quinteto Tutti Frutti: “nuestra hermandad”; los niños antisépticos, el estrato seis bogotano; una metáfora de la clase dominante colombiana “embalada” en un acto de aberrante degradación que hiere e insurrecciona a la “chusma nueve-abrileña” que los empuja a su autodestrucción.

Comencé a leer "los divinos" y me sentí en cine, como si estuviera viendo una saga del grupo de “drugos“, gozones, nihilistas, trasgresores y pervertidos que comandaba Alex (Macdowell), el más sexy y depravado de los protagonistas de la "Naranja mecánica". Confieso que no he leído la novela, es una lástima. Una “Naranja mecánica” a la colombiana. En ninguno de los dos casos escapa su psicótico protagonista al castigo, aunque el castigo se quede a medio camino porque el sistema está podrido.

Un aletear lejano me recuerda la rumba caleña de los setenta, donde una vibrante generación se autodestruye entre la rumba, la droga, la depravación y la violencia en las páginas de "Qué viva la música" o una generación menos vibrante pero más politizada que se pierde como en los “Años de fuga” en París de P. Apuleyo o, en “Sin Remedio” de A. Caballero en la Bogotá del siglo pasado.

Una generación que se va por el sifón de la bañera al estilo Hitchcock en Psicosis, donde el asesino que interpreta Perkins, existió: su nombre real era Ed Gein y hacia cinturones y muebles con la carne de las mujeres que asesinaba en Londres, historia que el escritor inglés, Robert Bloch relató en su novela Psycho y el “maestro del suspense” llevó al cine en los sesenta. Y no es una alegoría al estilo del Perfume de Suskind.

Lo interesante es que Laura Restrepo quiere indagar por las “razones” que llevan a un “niño bien” a Muñeco, Dolly-Boy, Mi-lindo, Kent, Chucky; el niño mimado de mami, a semejante pandemónium, a tan atroz crimen. Cómo la indefección reta, provoca al monstruo que vive dentro del prepotente. Cómo en el conflictivo e invisible umbral donde se encuentran ricos y pobres, el ominoso poderoso deja su impronta maléfica en “una noche de copas” y entonces la solidaridad de cuerpo (un pacto otrora de niños) se impone para tratar de ocultar la “inocente chanza”. Solidaridad de clase que lleva al Duque, Dux, Kilbeggan, Nobleza, el inmaculado, el perfeccionista; a prestar su finca para desaparecer a la niña inmolada. Tarabeo, Taraz, Dino-rex, Taras Bulba, Rexona, mandíbula de pitbull, el adonis, el del perfil apolíneo presta su furtivo apartamento, “la polverita” donde lleva a sus amantes, para esconder a su amigo descocado y homicida. El Píldora, Pildo, Piluli, o Dora, el osito de peluche, el gordo, el amable, el mandadero, la vecina pobre, el rey del estalle; el chofer que conduce el escalofriante maletín con la niña asesinada y el narrador, el Hobbit, Hobbo, Job, el etéreo, el inconsistente, el cusumbosolo que debe limpiar el computador con los rastros que incriminan. Este es “El quinteto Tutti Frutti: nuestra hermandad”; los niños antisépticos, el estrato seis bogotano; la metáfora de la clase dominante colombiana “embalada” en un acto de aberrante degradación que hiere e insurrecciona a la “chusma nueve-abrileña” y los empuja a su autodestrucción: el propiciador, Chucky por condena perpetua; Nobleza por evasión, por “escurrir el bulto”; Piluli que no aguanta el voltaje y se suicida; Hobbit que se encierra en su castrante culpa y Tarabeo, manos lavadas, Poncio Pilatos, el cínico, el maniobrero; es quizá lo único que queda.

Narrada como un boceto de guion cinematográfico donde sus personajes son primero arquetipos, de ahí sus múltiples nombres y a medida que se avanza hacia el punto de quiebre de la historia se van desplegando sus perfiles cargados de frivolidad. La lenta pero eficaz dosis de “suspense” nos atrapa hasta hacernos partícipes de una perversidad inusitada que se incuba lentamente hasta sumergirnos en este viaje de depravación, “grotescamente realista o demasiado irreal” en la que se desploman los Tutti Frutti, jalonados por el más desasosegado de sus integrantes: el Muñeco, “un tipo difícil pero predecible”, uno de los “Divinos”, artífice de un horrendo caso de violación y asesinato infantil.

No olvidar que estos casos atroces se repiten con pasmosa regularidad: el oficial del ejército que en plena labor “antiguerrillera” violó y asesinó a los hermanitos del Caquetá. Los atentados con ácido a las jóvenes. Tampoco la descomposición social de la clase adinerada colombiana que vive sin un norte embutida en una burbuja de irrealidad. Casos como el de los universitarios que en medio de la rumba le dieron una tunda a un compañero y luego lo empujaron por el hueco del ascensor dejándolo muerto en vida. El caso Colmenares donde en los estrados judiciales prima el que pueda pagar el mejor bufete de abogados.

Laura Restrepo nos sumerge con su demoledora narrativa en la exploración de las posibles motivaciones que conducen a que un psicópata en potencia se desprenda del cordón umbilical social y trasgreda la vida y la humanidad con tan demencial acción. Suma esta novela a la película de Víctor Gaviria en “La mujer del animal” y quizás algo a Mario Mendoza cuando explora la relación ambigua que tenía Campo Elías Delgado, el asesino del Pozzeto con su propia madre.

En esta novela “Los divinos”, Laura Restrepo nos invita a indagar los posibles resortes que impulsan estas conductas patológicas, donde “frivolidad y horror van de la mano” y son cada vez más frecuentes en la cotidianidad del país y del mundo.

Por: Carlos Sebastián Jiménez www.portalchia.wix.com/prensa

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